Recuerdo en cierta ocasión hace unos años que sentí la voz de Dios decirme mientras yo estaba ante mucha gente: arrodíllate. Resistí esa voz, y peleaba con el Señor: "Aquí no Señor, todos me observan." Deseaba realmente que esos momentos especiales con Dios fueran míos y privados. No quería llorar ante la gente. Pues había sido enseñada como mucha gente que llorar era flojera, debilidad, innecesario. Cuántas veces no escuchamos decir a los niños: "no tienes que llorar." Pues, no quería hacer lo que jamás había hecho. Dios me estaba ordenando, sin embargo quería seguir adorando al Señor. Pero cuando Dios demanda humillación, no hay quien le resista. Resistirlo, es mirar lo que le pasa a nuestro país. Un pueblo entero que se ha resistido a humillarse para que Dios sane su tierra. Lo dice la palabra: (2 Crónicas 7:14 si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra." Ese día no obedecí al Señor y me sentí tan terrible esa semana. A la semana siguiente, estaba cantando en el mismo lugar y Dios me dio la misma órden. Empezó una batalla terrible entre la carne y el Espíritu hasta que obedecí sin pensarlo más. Recuerdo como se sintieron mis piernas cuando se aflojaron y tocaron el suelo del altar por primera vez!! ¡¡Que dolor mezclado con deleite!!Ahí, de rodillas en el suelo, rendida ante Dios, mi rostro en el suelo, salieron de mi alma los gritos más ensordecedores que jamás han brotado de mi ser. Lloraba y gemía y Dios se llevó aquello que impedía que la adoración fluyera: el orgullo. Que gran carga fue arrancado ese día. Desde entonces aprendí a llorar y llorar. Llanto era la órden del día y me encantaba, aún lo disfruto. Lágrimas que salen sin importar quién me observa. Sin importar el maquilaje, lo que pueda opinar quien me mira. Llorar y humillarse ante el Rey de Reyes trae las más hermosas experiencias de la vida. Trae la dependencia total de Dios. Desde entonces yo llamo estas experiencias: "EL DÍA QUE EL ESPÍRITU SANTO TE DESPEINA." Es una broma interna como dicen por ahí. ¿Porque comparto esto? Bueno, en privado me han pedido varias personas que comparta algo especial y éste relato lo es para mi. La otra razón: Pondré mi orgullo de ejemplo. Porque por lo que comparto aquí tal vez tu que me lees no conoces el proceso de dolor (como a mucha gente) que me ha llevado a los pies del Señor. No conocen las lágrimas que me pueden inspirar. Ante lo que vive Puerto Rico, me aferro a la palabra. Humíllate pueblo. No resistas más la voz de Dios que nos llama a orar y arrepentirnos. Hay sanidad en las lágrimas, ¿para qué almacenarlas?
Que Dios les bendiga.
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domingo, 2 de julio de 2017
De Rodillas Todo Cambia
Etiquetas:
2 Crónicas 7:14,
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